En un solo día han entrado en mi buzón de correos dos mensajes similares: uno, de una plataforma para la movilización social, me pide que firme un manifiesto en el que se pide que se supriman totalmente las subvenciones a los sindicatos, a los partidos políticos y a las organizaciones empresariales; otro, iniciado por una persona concreta, pide también mi firma para que se reforme la Constitución, de tal manera que terminen los privilegios de los diputados. A la vez, salta en televisión la noticia de las doscientas embajadas que mantienen las Comunidades Autónomas españolas en el resto del mundo, y se convierte en el comentario de bares y patios de edificios.
Parece, aunque los medios afines al gobierno (también los tiene el PP, como los tiene el PSOE) intenten suavizarlo, que las últimas medidas no han gustado nada. Al fin y al cabo, a quien más afectan los recortes y los impuestos es a la clase media, precisamente la que solía crear más empleo antes de que lanzaran sobre ella la losa pesada de la crisis.
He firmado el primer manifiesto, y he añadido que se acaben también las subvenciones al cine español, porque quiero que se convierta en una industria que genere empleos. Y me dispongo a pasar el segundo manifiesto a mis amigos, porque deseo vivamente que de esta crisis salgamos libres de quienes han abusado de tan noble cargo, el de representante del pueblo, convirtiendo el Congreso en antro para el latrocinio, la adulación y la mentira.