Ya ves. Esta noche me apoyo en el alféizar para mirar la noche. Todo es silencio.
Sobre tejados y antenas, alienta el universo, vasto y alegre. Un manto zafiro y terso salpica estrellas. Pero aquí abajo, donde mi vista no alcanza, los campos entresueñan con espanto la imagen altanera de la ciudad soberbia.
Cuando las horas pasen, sobre las hojas y pétalos lágrimas de rocío semejarán luceros, y el alba extenderá su velo.
Pero ahora, lo ves, miro la noche apoyado en un alféizar que me parece gélido, emigrante obligado en un mundo de arista y simetría.
Otras noches, lejanas ya, fueron más cálidas. Las sombras alentaban misteriosas. La cama aún parecía cuna. Y a mi ventana entreabierta llegaban ecos de asombro de las estrellas. Desde su altura, envidiaban a las luciérnagas, a los peces de plata y a los dormidos pétalos.
Arista y simetría: soberbia fría. Tibias noches de entonces, ¡qué lejanas estáis, qué tan perdidas!