Lamia de mar

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A Ana Amilibia, ojos de mar y labios de coral

-Ya te lo dije, Lamia, que no te fueras con extraños, que vienen y te engatusan y cuando quieres darte cuenta, ya te han robado el corazón y lo han dejado ahí tirado, para que las olas, al romper en besos sobre la arena, se lo lleven inerte a donde la mar es abisal y única.

Si ya me lo temía yo, que le caté nada más verlo: tan airoso y compuesto él, tan mirada de amor de atardecida, tan párpados de ocaso y de entresombra, tan labios que de entreabiertos nublan los sentidos. A mí no me engañó, que le tomé la medida nada más verlo: que ese venía a libar de la anhelante flor de tu entrepierna y el jugo lechoso de tus pezones.

-¡Pero qué bestia eres, mamá! Ni que a todas nos fuera a pasar lo mismo que a ti. Él volverá: me lo prometió. Me lo dijeron sus palabras. Me lo dice mi cuerpo ahora.

Mírame bien. En mis ojos hay mar, y en mis cabellos algas. Los atuso una y otra vez con mi peine de oro mientras le espero.

¿No ves el brillo húmedo que baja como la lluvia por mi cuello? ¿No ves cómo se esconde entre mis senos, cómo acelera el paso en busca de mi sexo?

Altiva soy, madre: mis cejas como arcos tensos; mis ojos, saetas verdes; mi mentón, proa fugaz y decidida.

¡Amado mío, ven! Y cuando vuelvas, colecta con tu lengua las perlas escondidas tras mis labios, y colorea con tu beso mi beso húmedo cual coral.

¡Vuelve, no vayan a ser ciertos los augurios de mi madre! ¿No ves mi cuerpo que yace desnudo sobre la arena y quiere aplacar su sed? ¿Qué te adentraste en la mar? ¿Y qué? Mi cuello alabastrino es faro erguido; mis ojos, destellos como cuchillos en la noche para guiar tu vuelta.

Porque estés donde estés, mi amor, mi ser te envuelve. Ya ves que playa soy, coral, alga que enreda, luminaria riente, la mar entera y plena.

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Lamia de mar