Estabas tendida a mi lado sobre el césped, bajo la sombra caleidoscópica de un par de cedros enredados con la fronda de los falsos castaños. En ese momento, el Retiro era un no estar en donde estábamos, sino más lejos, en los bosques de Balsaín quizás, o frente al anchuroso mar.
Tu silueta se recortaba como la de una mujer tendida sobre la que hubieran caído siglos de tierra y roca, dando lugar a cumbres cuyos senos y vientre, nariz y labios se dibujaran prístinos contra un cielo de azul constancia. Tu mano sujetaba un palito cogido de entre el césped al azar, y con él recorrías tu perfil con despreocupación fingida.
Fue entonces cuando te hablé de Selene y Endimión…