Aunque la historia se repite, queda la esperanza

La historia se repite, una y otra vez, como si la desgracia no quisiera dejar de enseñorearse nunca del Paraguay. La noche va a ser larga, el día también. Como hace ya trece años, en aquel marzo tan caluroso.

En aquellos días, las luchas internas entre los colorados -argañistas y oviedistas- desembocaron en un juicio político y en la muerte de conciudadanos, vilmente asesinados por el fanatismo más salvaje. Hoy, los protagonistas son los mismos: facciones políticas repartidas entre el Congreso y el Palacio de López, ambos expertos jugadores en llevar y traer al pueblo por un tablero de ajedrez macabro. ¿Habrá muertos? Y si los hay, ¿serán parte de los que se juegan sus privilegios en esta partida o nuevamente compatriotas de a pie, de los que se matan día a día por sacar sus hijos adelante o por buscar el fruto esquivo en unas tierras calcinadas?

En el Marzo Paraguayo, los ciudadanos salieron a la plaza, en su gran mayoría, convencidos de que luchaban por una causa justa, por la democracia, por la justicia, por el Paraguay soñado. Como recompensa a su coraje y a su sacrificio, no recibieron a cambio sino decepción, más pobreza y corrupción descarada. ¿Va a suceder ahora lo mismo?

Hoy, como entonces, miro a los tres poderes del Estado: los tres poseen legitimidad jurídica. Legitimidad moral, ninguno.

Ojalá la esperanza sepa en qué corazones refugiarse. Seguro que los hay, y a miles e incluso a millones. Pero no en las inmediaciones de la El Paraguayo Independiente ni en los altos de Sajonia.

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Aunque la historia se repite, queda la esperanza