La realidad del juego es huidiza, quizás porque solemos usar ese término para referirnos a una variedad de fenómenos cuya unidad profunda se nos escapa. Es frecuente, por ejemplo, escuchar a maestras y maestros decir que hay que introducir el juego en el aula para que el proceso de enseñanza-aprendizaje sea más agradable, más atractivo, por ser más divertido.
¿Qué tiene esto que ver con los versículos de Proverbios, 8, 30-31, que ponen en voz de la Sabiduría las siguientes palabras: «Con Él estaba yo componiéndolo todo y me deleitaba en cada día, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de la tierra; y mis delicias son estar con los hijos de los hombres»?[1]. En este par de versículos sorprendentes, la palabra ludens de la versión latina presenta a la Sabiduría, identificada con el Verbo, gozosa en la presencia del Dios que crea, y añade un matiz inesperado a la misma acción de “componer”: de ahí la delectación (delectabar) y las delicias (deliciae meae) de estar, en especial, con los hijos de los hombres. La pregunta parece estar justificada: ¿tiene que ver la simple diversión, el juego por entretenimiento propuesto para el aula, con una realidad tan profunda como la que el autor del libro de los Proverbios describe al poner estas palabras en boca del mismo Verbo en el momento de la creación? ¿Tienen que ver estas dos realidades con una partida de ajedrez, con el “juego” que las piezas de un engranaje hacen entre sí o con el carácter lúdico de un equipo creativo de trabajo?
[fragmento del libro en el que estoy trabajando][1] “Cum eo eram, cuncta componens. Et delectabar per singulos dies, ludens coram eo omni tempore, ludens in orbe terrarum; et deliciae meae esse cum filiis hominum”.