Me gustas cuando callas…

Abandonado el lecho del dolor propio de todo hombre que no sabe estar enfermo, olvidados ya los ayes y lamentos, vuelvo mis ojos a un poeta más optimista y vital que el Quevedo desengañado en su vejez. Optimista y vital sobre todo en sus años de juventud: Neruda.

Siempre que me detengo en el poeta chileno me vienen a la memoria los mismos versos: «Me gusta cuando callas porque estás como ausente…». Más de uno pensará que lo que me atraen de ellos es el placer de contemplar a la mujer definitivamente en silencio, como si yo no apreciara la palabra femenina. No, no es eso.

A lo largo de la vida he aprendido a valorar como un tesoro la conversación de la mujer, y me duele enormemente cuando las circunstancias la hacen imposible. Pero si sus palabras me atraen, mucho más lo hacen sus silencios, quizás por lo que esconden, o por lo que callan, o por su impotencia al no descubrir un interlocutor válido. Esconder, silenciar, incluso buscar y no encontrar a alguien capaz de comprender me sugieren un misterio escondido en lo más profundo de la intimidad. Quizás por eso, mujer, a menudo te contemplo tan lejana y de estrella; y -¡deja que te descifre o que lo intente!- como la mariposa, fugaz y efímera.

ME gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
 
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
 
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
 
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
 
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
(Pablo Neruda)
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Me gustas cuando callas…