Días lluviosos para lucir la moda

Soy una bola de billar. Habito un mundo de paño verde. Sobre él me deslizo junto a otras bolas de colores cuando alguien golpea a una con el taco. Iniciamos, entonces, una sucesión de citas bosquejadas, de decirme tu nombre y yo me llamo Nacho y cuáles son tus gustos. Ninguna me cautiva. Pero tú, por azar, te has plantado frente a mí y has escrito unas palabras.

Me hablas de paseos en días de lluvia, supongo que a solas por las veredas arboladas de la ciudad. Por eso te imagino frente al Museo del Prado, en día de escaso tráfico, y tus piernas son firmes entre la falda e incitante y las botas de espiga alta. Pero veo las fotos, y estás en la Gran Vía.

Dices que estás enamorada: no de mí, si apenas me conoces, sino del trench impermeable, y de ese bolso sereno y clásico que cuelga como al descuido de tu hombro.

Y entonces me preguntas cómo he llegado frente a tí, Cristina. El azar -te respondo-, ya sabes; la atracción por la lluvia pasajera que a a mí también me encanta. Dice eso tu blog, ¿recuerdas? Porque yo ya no sé ni lo que he escrito.

Me recreo en el tiempo aquí a tu lado. Pero sé que es fugaz. Por eso te tuiteo y google-eo, y hago un clic para decir «me gusta». Porque me agrada, sí, y quiero conservarla: tu imagen recortada contra los edificios, y ese delirio tuyo que sé que no comprendo, pero que al adornarte feminiza el mundo.

A propósito de la entrada en un blog que no buscaba

¡Paraguas fuera!

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Días lluviosos para lucir la moda