Razones para tener miedo

Ha caído Berlusconi, y no por sus repetidas orgías con menores de edad, ni por pervertir la moral sobre la que se asienta la democracia, sino porque las cuentas no cuadran. En Grecia, Papandreu también ha tenido que decir adiós al gobierno, después de que su iniciativa de consultar a los ciudadanos -esencia de la democracia- tuviera que dar marcha atrás, para alivio de los mercados y del eje franco-alemán.

En España, mientras, estamos a una semana de unas elecciones que, según las encuestas, va a otorgar mayoría absoluta al PP: no es de extrañar, una vez que parece cada vez más claro que los años de Zapatero pueden considerarse como una auténtica pesadilla de la que es urgente despertar (aunque ¿ganaría el PP con un número más bajo de desempleados? Tengo mis dudas).

Me paro a contemplar la Europa en la que vivo y tengo miedo. Porque una de las consecuencias de la crisis es la imagen que empezamos a tener de la clase política que gobierna nuestros países: como sospechosa de corrupción, de ceguera, de falta de creatividad y de sentido común.

Eso, de alguna manera, ya lo sabíamos. El problema es que la confirmación nos llega en tiempos en los que la cotización de los valores en la bolsa y el índice de riesgo país condicionan las decisiones; en tiempos en los que la soberanía de las naciones cede frente a quien desde fuera diseña soluciones que no tienen en cuenta a la persona, sino únicamente al número frío y cruel; en tiempos en los que faltan intelectuales y escritores de talla que nos digan que hay caminos posibles para salir del atolladero con la calidez que otorga la cercanía y la solidaridad, y con la ilusión que enciende en nuestros corazones una mente abierta, creativa, ¡libre!

Por eso me da miedo la situación actual: porque la corrupción política, la ausencia de pensadores y esas crisis económicas que hacen que todo se tambalee no son una buena mezcla para la democracia. Porque le tengo miedo a los dictadores.

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