Vaclav Havel


Hoy me siento un poco más huérfano. Sí, un poco más, porque en esto de las orfandades es posible el más y el menos. Me siento un poco más huérfano porque uno de los padres de mi pensamiento ha fallecido: Vaclav Havel, defensor de la dignidad humana, perseguido y preso por sus ideales, presidente de la Checoslovaquia recién liberada, dramaturgo, intelectual, hombre justo.

Hoy, un poco más huérfano, leo sus palabras y me sorprendo de su actualidad. Porque, aunque hablan de la herencia dejada por los sistemas totalitarios marxistas hace ya veintidós años, parecen describir también la Europa enferma de ahora.

Perdón por la extensión de los fragmentos, pero no hay prisa: puedes leerlos como si gozaras ya de la eternidad que goza Vaclav.

“Vivimos en un entorno moral contaminado. Nuestra moral enfermó porque nos habíamos acostumbrado a expresar algo diferente de lo que pensábamos. Aprendimos a no creer en nada, a hacer caso omiso de los demás, a preocuparnos solo por nosotros mismos.

Conceptos como amor, amistad, compasión, humildad o perdón perdieron su profundidad y sus dimensiones, y para muchos de nosotros pasaron a representar tan solo singularidades psicológicas. Nos parecían recuerdos extraviados de una época ancestral, algo ridículos en la era de las computadoras y las naves espaciales.

(…) El régimen anterior -armado con su ideología arrogante e intolerante- redujo el hombre a una fuerza productiva y la naturaleza a una herramienta de producción. Al hacerlo, atacó tanto a la esencia misma de ambos como a la relación que los une. Redujo personas autónomas y de gran talento, que trabajaban con destreza en su propio país, a tuercas y tornillos de una maquinaria monstruosamente enorme, ruidosa y pestilente, cuyo significado real nadie comprende. Esta no puede más que desgastarse lenta pero inexorablemente, tanto a sí misma como a todos sus tornillos y sus tuercas”.

Vaclav Havel no solo describe con crudeza la situación de aquel momento. Se arriesga a parecer desfasado cuando reclama el protagonismo de la ética en la actuación pública:

“Enseñémonos, y enseñemos a los demás, que la política debería ser la expresión del deseo de contribuir a la felicidad de la comunidad en lugar de la necesidad de engañarla o expoliarla. Enseñémonos, y enseñemos a los demás, que la política no solo puede ser el arte de lo posible, en especial si esto implica el arte de la especulación, el cálculo, la intriga, los tratos secretos y las maniobras pragmáticas; sino incluso también el arte de lo imposible, el arte de mejorarnos a nosotros y mejorar el mundo”.

Más de uno sonreirá con cinismo -expresión, una vez más, del desencanto- ante los ideales de Havel. Pero yo los comparto, como hago mío su sueño. ¿Utópico? Puede. Pero merece la pena perseguirlo.

“… sueño con una república independiente, libre y democrática, una república económicamente próspera y, no obstante, socialmente justa. En pocas palabras, una república humana que sirva al individuo y que, por tanto, albergue la esperanza de que el individuo la sirva a ella a su vez. Una república de personas enteras, porque sin ellas es imposible solucionar ninguno de nuestros problemas, ya sean humanos, económicos, medioambientales, sociales o políticos”.

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Un comentario en “Vaclav Havel

  1. Luca dijo:

    Gracias Nacho!
    Me permito, como comentario y en pos de abrir camino a la esperanza d que pueda acontecer el sueño de Havel, incluir a continuación el manifiesto de Navidad que propusimos.
    Un abrazo
    Luca
    ———————-
    «La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre». Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita de forma indeleble en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido [no usaríamos la razón así, no Le desearíamos, no nos pondríamos en camino si no hubiese venido antes a nuestro encuentro]. En él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación» (Benedicto XVI, Porta fidei, carta apostólica de convocatoria del Año de la fe).

    «Cristo no es algo «yuxtapuesto», sino algo que está «dentro»: dentro de tu alegría, dentro de tu cansancio, dentro de tu connivencia o tu convivencia, dentro de tu repulsión o de tu simpatía. La conciencia del Misterio presente hace de nuestra vida un flujo continuo de novedad. Con el reconocimiento de esta presencia dramática, con esta presencia en la que habita corporalmente la divinidad, «empieza» algo nuevo: hoy, a las once, a la una, a las seis, a las diez; mañana, a las tres, a las cuatro. En cualquier momento empieza algo nuevo» (Luigi Giussani).

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